jueves, 9 de octubre de 2008

Nueve de febrero de dos mil ocho. Diez y diez de la mañana.


El hecho que más me han marcado en el último año ha sido la muerte de mi padre. Hace ocho meses. No sólo fue el hecho en sí y lo que trajo consigo, si no que quizá fue lo rápido que cambió todo a mi alrededor. No me cabe duda que yo también cambié.

Te voy a contar algo. Se dice que durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Núremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para todos ellos, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara. A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Dürer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagarle los estudios al otro.Al terminar éste sus estudios, pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albretch Dürer ganó y se fue a estudiar a Núremberg. Su hermano comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció durante los siguientes cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.

Los grabados de Albretch, sus tallas y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Albert hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Núremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti". Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el lugar de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: "No... no... no...". Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente: "No, hermano, no puedo ir a Núremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano... para mí ya es tarde".

Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran". Ningún cuadro expresa tanta tristeza, belleza y melancolía. El autor trato de expresar todas sus sensaciones incluido su sentimiento de culpa para agradecer a su hermano su sacrificio.La próxima vez que veas una copia de esta creación, mírala bien.

Te he contado esta leyenda sobre Durero porque quería que entendieras lo que es que alguien se sacrifique por ti sin poder devolvérselo.

Mi padre trabajó toda su vida para que no nos faltara nada, ni a mí ni a mis hermanos. Era el que más nos animaba y siempre fue un ejemplo.

Un cáncer se lo llevó en unos meses, sin que pudiéramos hacer nada.

2 comentarios:

Zoila Mateo Diaz dijo...

me ha emocionado mucho tu historia, con tus palabras has conseguido emocionarme.gracias

Alfonso dijo...

No hay por qué darlas y de hecho soy yo quien te agradece que hayas hecho un comentario. Ha veces las historias de uno les sirven a otros, por muy tristes que éstas sean.